paseantecamándula: Etapa 4. Mathon-Ischgl-Scuol.

Desde Mathon seguimos por el carril bici y, en un momento, bajamos hasta Ischgl. Cruzamos el pueblo y empezamos a subir por carretera un duro puerto de unos 12 km, con desnivel medio del 12% y algunas rampas por encima del 20%. Durante los 8 primeros km vamos regulando porque los repechos son continuados; para animar la subida las nubes se hacen cada vez más densas y comienzan a instalarse. Cuando llegamos al final del teleférico, Idalp, la lluvia ya es certidumbre; paramos en la cafetería a tomar un chocolate por si escampa. Entramos en calor recordando que ayer la dueña del apartamento Garni Mulin insistió en regalarnos un pase para subir en el teleférico hasta esta estación. Rehusamos, pensando que no habíamos venido hasta aquí para evitar las cuestas en teleféricos. Como la lluvia amaina un poco y ya sólo nos quedan 4 km de ascenso decidimos seguir hacia arriba, por pistas de tierra, con tramos muy difíciles por la pendiente y la piedra suelta. Así llegamos al collado, Idjoch, 2.730 m, bastante mojados, pero sin frío por la subidona. Nos abrigamos con todo lo que llevamos y empezamos la bajada veloz, al principio por pista y luego carretera tranquila. Más adelante se atraviesan varios túneles que precisan de iluminación, con paso alternativo regulado por semáforos. Frío en las esperas mientras sigue la lluvia. Entramos en Suiza, en la Baja Engadina, y continuamos por carreteras en sube y baja con lluvia y frío. Al llegar a Scuol, ateridos, decidimos acabar la etapa, acortándola unos 12 km.

Un hospedaje llamado Chasa Valär, B&B, nos acoge con buena calefacción para poner a secar toda la ropa.

La jornada siguiente decidimos darnos un homenaje y dedicar el día a la relajación en la mitad del viaje, aprovechando los baños termales, Engadin Bad Scuol, que hacen célebre este pueblo. A precio suizo todo, balneario, hotel y comida.

Pero la jornada matinal en el acicalado balneario, con saunas, baños turcos, piscinas variadas y chorros de agua a distintas temperaturas, nos recompensa del frío y la paliza de ayer.

Luego paseamos por el pulcro pueblo de casas refitoleras, con fuentes termales, algunas con sabor salado gustosísimas, y nos instalamos en un hotel, Quellenhof, que parece estar desierto. En toda la planta 4ª, en donde está la nuestra, hay una docena de habitaciones vacías y al doblar alguna de las lúgubres esquinas de los pasillos espera uno encontrar a las niñas del Resplandor con su cantinela; redrum, redrum, resuena por las alfombras. Impresiona.

El día siguiente amanece soleado y tras el penoso desayuno vamos a pagar, pero no aceptan tarjetas. La única cantidad que llevamos es un billete de 50€ que la señora de recepción acepta al vuelo, pensando que mejor pájaro en mano.

Salimos sobrecogidos del hotel y ponemos rumbo hasta enlazar con la siguiente etapa.