El trayecto hasta la Caleta Gonzalo se hace a lo largo de un fiordo al que confluyen otros con un aspecto de que por allí no entra nunca nadie. No hay carretera para llegar a la Caleta por lo que todo el año mantienen el servicio y ahora, con el poco turismo que hay, el barco va casi vacío. El viaje tiene dos tramos, el primero de unas cuatro horas acaba en un embarcadero desde donde hay que ir 10 km por una pista en tierra firme hasta llegar al inicio del segundo. Como en la bici no da tiempo a que llegue y no esperan, un conductor de autobús se ofrece a llevarme gratis hasta el inicio de la segunda parte. Ese mismo amable chileno me informa de que en Caleta Gonzalo hay unos alojamientos excelentes en forma de cabañas que, por supuesto ahora están abiertos y esperando a que yo llegue.
Termina el impresionante viaje a las cuatro y media de la tarde y llego a la Caleta en donde están, desde luego cerrados a cal y canto, los famosos alojamientos.
Segunda muestra de la amabilidad chilena: el encargado de las obras que están haciendo en las cabañas me soluciona la papeleta cuando le digo que llegar a Chaitén, a más de 50 km, en donde sí hay alojamientos, es imposible porque en media hora es de noche.
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