20 may 2014

Chaitén-Villa Santa Lucía

Desde Chaitén, con su volcán humeante, salgo en una mañana despejada con un frío invernal (está muy helado, dicen aquí); la mitad de la etapa es por carretera asfaltada muy veloz, sin tráfico y con unas vistas magníficas de volcanes y cerros recién nevados. La segunda mitad, pasado el lago Yelcho, es por una pista acabada de sembrar de piedra sin pisar y voy dando tumbos hasta que en un bache pincha la rueda trasera. Una pareja que conocí en el barco y van haciendo en su auto la ruta hacia el sur se paran y quieren llevarme hasta el siguiente pueblo a que me arreglen la avería. Como cualquier ciclista rehuso la sugerencia, agradecido por su insistencia. Son tremendos estos chilenos.
 Luego viene un pequeño puerto que llaman la cuesta Moraga. Aquí un puerto es de río o de mar, pero no de montaña, eso es una cuesta. Se oyen expresiones que en la península han desaparecido o palabras en peligro de extinción: se arriendan locales, hay abarrotes, dan portes, a los ventisqueros los llaman ventisqueros, como antes de que la influencia francesa los convirtiera en glaciares.
La Villa Santa Lucía resulta ser un puñado de casitas y un cuartel, centro de operaciones cuando se inició la construcción de la carretera austral en los años setenta. Recorro todos los sitios de hospedaje, todos cerrados menos uno que me arrienda un cuarto con buena ducha. No da comidas y me envía a una casita en frente. Allí me acoge, como si fuera de la familia, una señora argentina encantadora y educadísima, María, que gobierna una casa por la que pasan viajeros de toda laya y condición y que me prepara una gran cena y gran conversa. Otro lujo sobrevenido y agradecido.
(Se verá que incluyo pocas fotos en cada entrada porque el sistema que estoy utilizando es muy engorroso y no permite filigrana. Se intentará reparar en el ordenador en su día si se puede...
Se pudo.)

No hay comentarios:

Publicar un comentario