29 ago 2014

Trás-os-Montes.

Como parece el verano indicado para  hacer rutas portuguesas, me voy con la bici de carretera a dar una vuelta por la región de Trás-os-Montes  aprovechando el final del ferragosto, antes de recluirme, en la primera semana de Septiembre, en el curso de los sonidos y la naturaleza al que iré con Cruz en el  Valle del Silencio leonés, a los pies del Teleno, por ver si es verdad que se pueda oír la luz. Ya se les dirá.
El recorrido es de cuatro etapas, saliendo de la Tierra de Tábara y pasando por los campos de la Tierra de Alba y los de Aliste en dirección a las Arribes del Duero que desde la carretera no se perciben, quedan sepultados por los acantilados en los que se encaja el río.
Pasar por el puente de Pino con esa ligera estructura metálica tan de Eiffel es siempre un lujo, con esa visión del río entre precipicios al que le quedan pocos kilómetros  para ser Douro.
Siguiendo los berrocales de Sayago, y  esos cortinos tan bien marcados, llego a Fermoselle, voy a buscar alojamiento y me encuentro con que hoy es el día cumbre de las fiestas, con toros y muchedumbres taurinas. No encuentro nada y sigo el camino a Portugal, a ver si hay más suerte. La hay, después de un subidón a Bemposta. Allí me alojo y restauro en condiciones, sin masas y sin gentío vociferante.
Al día siguiente voy por tierras portuguesas hacia Mogadouro, una atalaya con los restos del castillo que domina las laderas sinuosas. Luego se va pasando por lomas de olivos y colinas que descienden al río Sabor y un nuevo ascenso por carreteras desiertas me lleva a Macedo de Cavaleiros, en donde un alojamiento rural, Solar do Morgado Oliveiras, un casón de más de trescientos años regentado por un señor educado a la antigua, hace las delicias del carretero fatigado.
Descansado me voy al otro día en dirección a Miranda y paso por las indicaciones de un recorrido ambiental que merece una visita más detallada: el geoparque de Morais, un sitio de interés geológico en el que se pueden ver estructuras de las que forman los continentes. Pangea I, la orogenia Varisca, el océano Rheic, Gondwana y Laurasia, nombres que para geólogos lo dicen todo y que en los oportunos carteles didácticos tratan de explicar a los legos. Hay que volver para hacer el recorrido entero y con el detalle que merece. No se nos  acaba Portugal ni queriendo, que no queremos.
Una vez en Miranda do Douro aparecen las discretas multitudes españolas que buscan sábanas, mantelerías, ajuares completos, calcetines o vinos espléndidos, y hay que ver el acantilado sobre el río con ese número 2 que le han marcado los líquenes al granito, al menino Jesus da cartolinha en la Catedral que están dejando limpia como un jaspe. Y pasearse por las calles despejadas de turistas por la noche y el relente del Duero aún embalsado.
El día de vuelta sopla viento a favor acompañando al frente que va entrando y en un verbo se llega a Zamora y La Encomienda.
Como casi siempre la ruta deja un montón de tareas pendientes y la sensación de haber visto una pequeña parte de lo que se buscaba, y eso que aparecieron  las imprevistas gateras que salían en la entrada anterior.
















































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